A priori, es una buena noticia que al fin (después de tanto tiempo) se consolide un pacto de gobernabilidad para poder constituir el Gobierno de la Nación. Y si este Gobierno es de talante progresista, que quiera seguir avanzando y consolidando los derechos humanos, sociales, económicos, culturales y civiles de toda la ciudadanía que vertebramos este país, sea doblemente bienvenido. Pero para ello no nos bastan las palabras ni los gestos, necesitamos ya, más bien exigimos inmediatamente, verdaderas políticas auténticas que plasmen en la realidad cotidiana y en el día a día del ciudadano, esas maravillosas promesas electorales que nunca se hacen efectivas, que jamás llegan a la vida de los mismos y, mucho menos, a los que atraviesan situaciones o circunstancias desfavorables: desempleo, falta de ingresos económicos suficientes, enfermedades largas, raras o incapacitantes, discapacidad, dependencia, etc.
Por ello necesitamos que, salga el pacto que salga, tenga las miras altas, se olviden de los intereses partidistas y cortoplacistas, estén a la altura de lo que todos los habitantes de este país, tengamos el pensamiento o el sentir que tengamos. Necesitamos: fortalecer y empoderar a todos y cada uno de sus ciudadanos, devolver y mantener una calidad de vida y una dignidad que jamás le debió ser usurpada ni permitir que sucediera.
Para ello no nos podemos permitir politiquillos del tres al cuarto, centrados en sus intereses individuales o de partido, en sus rencillas personales, en sus resentimientos o en sus complejos, cosas de las que hasta ahora han estado haciendo gala e incluso ostentación, salvo honrosa excepción, la inmensa mayoría... Y mucho menos en el Gobierno de la Nación. Allí necesitamos verdaderos estadistas, personas que sepan administrar y gestionar los temas de ahora, teniendo en cuenta la historia que arrastramos y, sobre todo, el futuro que vamos a legarnos a nosotros mismos y a las generaciones que nos sucederán. Es hora de quitarse las caretas, no podemos esperar ni un minuto más, ya se ha perdido demasiado tiempo, se deben poner a trabajar inmediatamente, ante los tremendos retos que amenazan a nuestra sociedad (no se si todavía la podemos o debemos llamar del bienestar, pero este si que se puede recuperar), a otras sociedades y al planeta entero: la desigualdad creciente, el alarmante empobrecimiento de la población, el cambio climático, la creciente carrera armamentística, la implantación de ideologías totalitarias, los tratados de libre comercio, etc. etc.
El ciudadano debería ser consciente de estas realidades y de estos peligros. Así como debe percibir que nuestros Gobiernos son sus aliados, actúan a su favor. Si no sucede esto, todo es un fraude, este tipo de democracia es una gran farsa, una caricatura de la misma.
¿Es esto lo que hemos votado?. La responsabilidad, mayormente, está en su tejado, a nosotros, como ciudadanos nos toca estar expectantes, vigilantes, exigentes y, por supuesto, denunciar las incoherencias e incongruencias democráticas de un Gobierno que sabe lo que tiene que hacer, que puede hacerlo, pero que no quiere hacerlo.
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